El retiro de Chris Webber dejó huella en el mundo del basketball (por: J.A Adande)
Su carrera puede ser prácticamente definida por todo lo que no logró: a pesar de todo su talento, nunca ganó un torneo de NCAA, nunca jugó en las Finales de la NBA, nunca ganó el premio al Jugador Más Valioso. La que terminará siendo reconocida como su hora más grata dos viajes al juego de campeonato de la NCAA en dos años en la universidad- ni siquiera es reconocida por Michigan, debido al escándalo por los estímulos económicos. Fuera. Eliminado. Borrado de su historial.
Pero Webber no era sólo Seinfeld, alguien que creaba historias alrededor de sus pequeños momentos de la vida cotidiana. Era Sisyphus, una trágica figura griega condenado al eterno fracaso.
La imagen que define la carrera de Webber en la NBA está en su mirada en el tiro ganador de Robert Horry al final del Juego 4 en las Finales de la Conferencia Oeste en 2002. Webber estuvo taannn cerca de bloquearlo. Y sin embargo, terminó nuevamente en el costado errado de la historia.
Observar los fracasos de Webber fue mucho más fascinante que ver el éxito de la mayoría de los mortales. Y se debe a que era una persona mucho más expresiva que el jugador promedio, capaz de una introspección a un nivel mucho más profundo.
Nunca daba las declaraciones de cassette. Quién más podía lamentar una derrota con los Raptors, en su era de expansión, diciendo: "Esto no debería suceder. Si hay una cadena alimentaria en la NBA, deberíamos estar arriba de ellos". Y además era talentoso. Alto, móvil, atlético y bendecido con lo que su ex compañero Rod Strickland llamó "el mejor toque".
Webber hablaba tan bien que podía seducir siempre a la gente para que creyera que esta vez, iba a funcionar. Había cambiado, aprendido sus lecciones, todo sería mejor. Desde Golden State a Washington a Sacramento a Philadelphia a Detroit y de regreso en Golden State, escuchamos variaciones de esa historia. Tenía algo que ofrecer, algo que probar o, en sus últimas paradas, algo en el tintero.
Siempre quise que funcionara. Era esa combinación de intelecto y potencial lo que me resultaba tan interesante de Webber. No tenía miedo de mostrar sus emociones, derramando lágrimas luego de derrotas devastadoras o triunfos decisivos. Podía poner pausa, dar un paso atrás y ver todo en perspectiva. Quizás decía lo que sabía que iba a sonar bien. Una vez, un reportero del Washington Post voló a Sacramento para ver como estaba Webber luego que las decepciones dentro y fuera del campo generaran que los Wizards lo cambiaran a Sacramento por Mitch Richmond. Antes del partido, Webber le dijo al reportero que realmene ya no pensaba en los Wizards. Y más adelante dijo que lo motivaba día a día lograr que los Wizards se arrepintiesen de su decisión.
Era sábado; yo estaba en mi último año en Northwestern en Ann Arbor cubriendo un partido de fútbol y decidí quedarme para aprovechar la primera oportunidad pública de ver a los Fab Five jugar juntos con la camiseta de Michigan. Hubo momentos en ese partido en los que Webber lució como la nueva versión de Magic. Una jugada me volvió loco: Webber lideró un contraataque y desde el fondo de la llave lanzó un pase por detrás de la espalda para que un compañero volcara el balón. Si ves a un novato de 2,10 metros hacer eso -en el estado natal de Johnson nada menos- no puedes evitar pensar en Magic.
17 meses después, estuve en el Louisiana Superdome para el último partidode los Fab Five. Era el redactor de basketball colegial para el Chicago Sun-Times y los Wolverines fueron la historia Nº 1 en el mundo universitario. Cubrí sus partidos ante Duke en el Cameron Indoor Stadium, y en el Assembly Hall de Indiana, los seguí en Illinois y Iowa y de regreso en Michigan. Resultaron las últimas estrellas de rock en el basketball colegial. Si hubiera surgido cinco años después, Webber hubiera seguido la tendencia y firmado derecho con un equipo de la NBA. Si hubiera seguido las reglas actuales, Webber habría hecho su año obligatorio en la universidad y luego pasado al basketball profesional.
En cambio, Webber, Juwan Howard, Jalen Rose, Jimmy King y Ray Howard surgieron en nuestras vidas como novatos audaces, que luego regresaron como supuestos favoritos en su segundo año. Más grandes y malos que nunca. Tenían los pantaloncillos, la soberbia y el talento. Fueron uno de los primeros equipos "hip-hop", con los EPMD que sonaban constantemente en el vestidor. En el Final Four en New Orleans, llegaron tarde a la conferencia de prensa porque la muchedumbre no los dejaba salir del hotel y tardaron en subirse al ómnibus. Cada vez que aparecían en algún lado, era un gran evento.
El juego de campeonato ante North Carolina fue un gran partido, pero la única imagen que verán este mes será la de Webber llamando un tiempo fuera que su equipo no debería haber pedido. Nadie mostrará su ficha con 23 puntos, 11 rebotes y tres bloqueos. Si Michigan hubiera ganado, lo habrían elegido como el Jugador Más Valioso del torneo, sin dudas.
Apuesto que no pueden nombrar al muchacho que lo ganó sin buscar en Internet (les ahorro el trabajo: Donald Williams). Ese es el tema. Webber y los Wolverines llamaron mucho más la atención en la derrota que los Tar Heels con su triunfo. Pasé la mayor parte de mi tiempo en el vestidor de Michigan, y luego me sentí mal por Webber cuando enfrentó a todo el país en la conferencia de prensa y asumió la culpa por la derrota.
Durante año en los estadios de la NBA, fanáticos equipados con más animosidad que creatividad, gritaron "¡Tiempo fuera!" u "Oye Webber, pude un tiempo fuera". Una vez en el Madison Square Garden, con los Bullets abajo sin esperanzas de recuperarse, cansinamente calmo los asedios. Mirando a las gradas, formó una "T" con sus dedos índices y moduló la palabra "tiempo fuera". Luego los miró directamente, con su expresión preguntando si estaban felices ahora que habían logrado lo que querían.
Nunca vi a un atleta lucir tan vulnerable. Realmente le habían llegado a la cabeza. Me hizo acordar como Lex Luthor se aprovechaba de Superman tras colgar criptonita del cuello del Hombre de Acero. Es inquietante ver como los dioses se convierten en mortales.
Fue la única vez que vi quebrarse su espíritu. Generalmente, fue su cuerpo el que no funcionó. Su talón de aquiles puede haber sido aquella parte de su anatomía que no se lesionó durante 15 años de carrera.
Una vez los Bullets perdían con Miami y Cal Ripken, el pelotero de los Orioles, llegó para ver el partido. Conversé un rato con él y me preguntó donde estaba Webber. Le dije que tenía una lesión de espalda y que había regresado a Washington para examinarse.
"¿Se lastima mucho no?", dijo Ripken.
Por sí sola, era una pregunta inocente. Pero surgiendo del hombre que estaba a punto de establecer un récord de partidos consecutivos, sonaba como una sentencia. Webber jugó 76 partidos en su año de novato y nunca volvió a igualar ese número. Como por retribución kármica, se lesionó el hombro en su primer viaje de regreso a Golden State y todo fue cuesta abajo desde entonces. Disfrutó de un par de buenos años como foco principal de una entretenida escuadra de los Kings a comienzos de la década, pero su estadía en Sacramento terminó efectivamente cuando se lesionó la rodilla en la segunda ronda de los playoffs de 2003.
Casi no se podía mover cuando jugó en Detroit el año pasado y no logró darle ese empujón a los Pistons para ser considerados contendientes al campeonato, convirtiéndose en un testigo más del ascenso de LeBron James. Lució aun más fuera de lugar tratando de seguirle el ritmo a los veloces Warriors en su breve regreso esta temporada.
Estuve para su debut con los Warriors en febrero. Pareció irreal estar entrevistándolo nuevamente, 16 años y medio después de aquella primera vez en Michigan. Dijo que se sentía bien, que necesitaba cuatro o cinco partidos más para entrar en ritmo. Una última porción de potencial, que no pudo desarrollarse.
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